El amor, manifestación central de la vida, en compañía de su componente dinámico, el erotismo, se convierten así en los antirobots por excelencia. Su poder crece a medida que se los quiere encadenar, y así lo comprende Henry Miller que en un estallido de furor profético, proclama: "Hemos visto todos los mecanismos de destrucción, salvo el estallido de la sexualidad. Será el último cataclismo: el diluvio que barrerá los robots". Cuando se ha llegado a esa conclusión se ilumina la oscura de la existencia. Todo lo que merece el nombre de vida surge de un húmedo subteráneo, de su topinera, para enfrentar al sol. Los valores se subvierten. Esa existencia convencional y sin sentido, la única que se nos permitirá mirar a la cara, se convierte en polvo, y la vida que palpita, aquella en la comprometemos la totalidad de nuestro cuerpo y nuestra alma, adquiere sentido.