Una hábil combinación de los mitos norteamericanos, sátira, sentimentalismo y ternura en la prosa siempre corrosiva del autor. Estamos en Los Ángeles a comienzos de los años cincuenta, la década en que se construyó el mito del american way of life, la década en que los norteamericanos identificaron la prosperidad con los valores familiares y religiosos, la década en que todos los californianos de clase media querían una casa espaciosa en un barrio residencial; no ganaban lo suficiente para contratar a Franck Lloyd Wright, pero se conformaban con un rancho en forma de L. En una de estas casas, pero con termitas en la cocina, niebla tóxica, y un tráfico a cincuenta metros, vive un próspero guionista de la Paramount que a los treinta años ha renunciado a la rebeldía juvenil, ha sentado la cabeza y va ser padre por primera vez. Aparecida en 1952, Llenos de vida señala un punto de inflexión en la trayectoria del autor que dejaría la literatura durante más de veinte años para dedicarse al cine casi en exclusiva. A diferencia de su restante producción, no es una novela escrita en clave de farsa, sino una comedia acerca de la integración y el conformismo, en un registro en que la sátira de los mitos norteamericanos de la época aparece hábilmente combinada con el sentimentalismo y la ternura que suelen acechar en la prosa siempre corrosiva del autor.