Pascal Quignard se nutre de la danza y el teatro para evocar, como si fueran leyendas, cinco maravillosos momentos de la historia a través de sus vestidos: una antigua túnica carolingia, un traje de dócil seda china, un rígido kimono japonés, un abrigo de piel inmenso y un vestido con miriñaque del Segundo Imperio.
Como un tejido, estos cinco cuentos sobre los periplos de una mujer que nace princesa y se convierte en una vieja reina se entrelazan con el devenir de las estaciones, de sus deseos, de sus siluetas, sus espectros, sus edades y su duelo.
Lo breve de estos mundos es una puerta angosta, como la del sueño, un recodo de la gran caverna en donde se representa un rítmico baile de vestirse y desvestirse. Allí resuenan el amor, el silencio, el deseo y la ausencia con la música de una obra maestra.
Lo trágico se torna épico: Quignard hace un teatro narrativo. O más bien sus narraciones, halladas o inventadas, se encuentran con un cuerpo que las representa, que convierte su ritmo, su música en danza.
Silvio Mattoni, del prólogo del libro