Fusilados y Verdugos recupera historias más importantes de los condenados a muerte desde los tiempos de la colonia hasta comienzos del siglo XX. La plaza Matriz tenía una horca como signo del final que tendrían aquellos que violaran las normas. Este terrible instrumento formaba parte del paisaje urbano de Montevideo y allí murieron varios esclavos. Sus cuerpos solían ser cortados en pedazos y exhibidos en los caminos de salida de la ciudad, a la vista de todos, hasta que el paso del tiempo se encargaba de su desintegración. Hubo fiestas populares para presenciar las últimas horas de los condenados porque nadie quería perderse el espectáculo de la muerte. Los uruguayos abandonaban sus casas para ver en primera fila cómo los delincuentes caían luego de recibir su castigo. Algunos mojaban sus pañuelos en la sangre de los condenados para llevarse un recuerdo del fusilamiento. Estas ejecuciones fueron tan multitudinarias que las autoridades debieron trasladar los fusilamientos a un lugar de acceso más controlado, como eran las cárceles. Luego de la revolución por la independencia y hasta 1907 se siguió aplicando la pena de muerte aunque desde mucho antes asomando voces que reclamaban su abolición como la de Dámaso Antonio Larrañaga y la del Dr. Pedro Figari.
