Fidel Sclavo se aproxima a la música esgrimiendo una prosa y un clima de intimidad proveniente de la larga y profunda amistad que lo unió a Eduardo Darnauchans, pero cuya poética surge, también, de la enorme afinidad entre las almas de ambos artistas. Los lectores nos vamos enterando de la existencia de un Darno muy diferente al que mucha gente imagina a partir no solo de sus canciones sino también de las leyendas y mitos que se han tejido sobre su figura. Aquel artista de alma triste y oscura que exuda pesimismo es presentado por Sclavo como un hombre lleno de vida, de fino sentido del humor, que alegraba el espíritu de sus amigos. Mientras nos enteramos de las ideas, gustos y preferencias del cantautor en la época en que se produjo Zurcidor, no solo vemos desfilar sus influencias y obsesiones, sino que también asistimos —gracias a la memoria, la sutileza y la discreta elocuencia de Sclavo— a la cocina del proceso de creación de una voz y un universo de sentido únicos en la historia de la música uruguaya.