«La sacralización de la vida biológica, en tanto que veta la lucha violenta contra la injusticia (puesto que dicho curso de acción exige arriesgar por igual la vida propia y la ajena), termina justificando ideológicamente un reformismo que es incapaz de romper con el ámbito del derecho, y en última instancia fija la vida en el entramado de las relaciones jurídicas existentes, perpetuando así su humillación. De hecho, para Benjamin, incluso una revolución violenta, si esta concluye en la fundación de un nuevo Estado, acabaría siendo una repetición del ciclo mítico y una renovación de la relación entre dominantes y dominados bajo la forma de un nuevo derecho».
Sebastián León