En Medellín, los asesinos contratados o sicarios son niños. La impunidad es la norma y la violencia se respira entre una multitud maldiciente de desempleados y mendigos, de ladrones y atracadores, vendedores ambulantes y fumadores de basuco. El narrador loco o lúcido y su amante, un adolescente asesino, trata de ponerle remedio por las malas a lo que no lo tiene.