El filósofo griego Aristóteles dedicó a la risa
el segundo libro de su Poética. El texto se perdió,
y desde entonces la risa sigue escondiendo
–tal vez por ventura– su verdadera naturaleza.
Hombres tan dispares como Freud, Schopenhauer
o Hobbes quisieron atribuirla a diferentes motivaciones
más o menos conscientes.
El humor escrito alcanzó su apogeo
en la Inglaterra del siglo XIX, consolidándose
como un género literario que abarcaría multitud
de registros: la sátira corrosiva de Thomas De Quincey,
el disparate de Lewis Carroll, las situaciones cómicas
de Saki, e incluso el humor negro relacionado
con la tradición gótica de Walpole o Swift,
por no hablar de sus herederos norteamericanos,
como Mark Twain o Ambrose Bierce.
Con la risa en los huesos reúne veinticinco relatos
de otros tantos autores que recorren en buena medida
esta tradición anglosajona en sus diversos matices:
del talante ácido de Oscar Wilde al deseo moralizador
de Kipling, del existencialismo de Kafka y Harvey
a la inocencia abrumadora de Milne;
no faltan tampoco el exotismo de Mary Kingsley
o Fitz James O'Brien, la burla despiadada de Bierce,
o el más puro nonsense en manos del maestro Chesterton.