Sepultos en el fondo de un coffre-fort bancario, descansan documentos probatorios del accionar criminal de militares y de civiles durante la dictadura. Un día, como salido de debajo de las baldosas flojas del Barrio Sur montevideano, aparece un viejo camandulero en busca de justicia literaria y de plata rápida; trae consigo un pasado que vuelve a jugar en el presente, aunque ahora el juego sea nítidamente sucio y solitario. Sucederá entonces que el involuntario protagonista, José V. Bruzzone, empezará a mover sus fichas, procurando no traicionar demasiado, no mentir demasiado y no querer demasiado, aunque esto menos por prudencia que por escasez de ímpetu. Mientras tanto, minuciosa e ingeniosamente, se habrá ido armando la trampa en la que protagonista y lector quedarán encerrados en la noche, “atentos y sin comprender”, como otrora Eladio Linacero. Luego de Todos mienten, Rafael Massa vuelve a narrar como quien va tendiendo una celada, y vuelve a llevarnos a ese Montevideo al sur desolado, en cuyos boliches añosos cada tanto hay cobijo y en donde a veces perduran jirones de barrio. La estafa de la muerte carga, en su andamiaje y en sus detalles, la emoción que procura una escritura inteligente, unánimemente poética y política. Compone así un paisaje, que ya es nuestro, arruinado por la costumbre de la impunidad y del no me importa. —Alma Bolόn