Tobías, un muy saludable hipocondríaco de mediana edad que se imagina en trance de muerte, acude a la consulta de su médico homeópata: el melancólico Dr. Svarsky. A estas alturas de la trayectoria de Casacuberta no debería hacer falta elogiar la perfecta estructura de la novela ni su estilo límpido y hermoso. Tal vez sería necesario resaltar que como de costumbre estamos frente a una “novela de aprendizaje” en la mejor tradición alemana e, incluso, de una “novela filosófica”. Aquí se debate sobre la ciencia y la religión, la ilusión y la realidad, el destino y el libre albedrío, sin que por ello se comprometa el humorismo constante y la notable creación de personajes, protagonistas y secundarios: la despiadada suegra de Svarsky, el ascensorista delirante, el mezquino y chantajista propietario del Hostal Fénix y tantos otros de igual importancia. Para darle una idea al lector de lo que le espera habría posiblemente que remontarse a Dickens y a Kafka porque el tiempo se dilata en una suerte de atmósfera onírica que dialoga con el básico realismo que deberían tener las personas de mediana edad y nunca tienen. Felipe Polleri
